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Tercera edición de Concurso de Relatos Cortos 2.0 de la Concejalía de Juventud e Infancia

Tercera edición de Concurso de Relatos Cortos 2.0 de la Concejalía de Juventud e Infancia

En mi ciudad, en el parque Leganés, estaba sentado en un banco atónito, absorto al pasado imaginando su rostro por última vez. Levanté la vista hacia el parquecito y  de repente la observé, no era mi imaginación, su castaño pelo liso, sus definidas piernas, su sonrisa agradecida y su forma de ser que destacaba desde lejos. Estaba enfrente mía de espaldas vestida con las mismas prendas que llevó en nuestra primera cita, tenía de acompañante a un elegante galán al cual no le veía el rostro completamente.

Él le cogió de la mano y señaló al cielo, parecía mostrarle algo interesante que no supe ver. Esta sonrió, me emocionó volver a verla sonreír; pero a la vez detestaba la idea de que estuviera con otro. Bajaron la mirada y durante aproximadamente tres segundos estuvieron ensimismados los dos. Me sentía ahogado, descobijado en pleno invierno, era una estrella apagada en medio de un espacio en el que habitaban millones. Se alejaron de aquel sitio en marcha hacia la calle Leganés. Yo les seguí muy de lejos. Cruzaron a la otra acera e hice lo mismo, el semáforo se puso en rojo sin que yo me diese cuenta y súbitamente apareció un coche a gran velocidad que iba en dirección a la biblioteca, golpeándome fuertemente la espalda me derrumbó, eran mis últimos segundos de vida. En esos últimos segundos de vida que me quedaban mi cerebro los utilizó para recordar los momentos junto a ella. La colisión sonó por los alrededores y ella se dio la vuelta junto con su acompañante. Me miró con toda la tristeza del mundo, pero su mirada también llevaba un tono burlesco. Pobre de mí por haber sido tan iluso. Sólo me quedaba esperar un milagro que me salvara de esto. Pero no hubo ninguno.

Desperté sudado y con un dolor de espaldas, con los ojos muy abiertos y con la respiración entrecortada, hacía frío así que me levanté a encender la calefacción. Eran las once de la mañana, revisé el bolsillo del pantalón colocado encima de la silla en busca de tabaco. Lo único que tocó mis frías manos eran mi cartera, una foto suya y unas cuantas pelusas. Maldije a todo, me lo puse junto con la  camisa que utilicé ayer y fui a la cocina a servirme un vaso de leche fría. Bajé a por tabaco al estanco a por una cajetilla, la más barata. Observé el parque que quedaba justo en frente y me senté en el banco más próximo. Me quedé absorto rememorando el pasado. Levanté la vista y la observé. Era ella.