Lucia esperaba sentada en el escalón del portal, solía pasar ahí las tardes observando lo que pasaba en la calle.Al otro lado de la calle estaba la tienda del señor Tente, era un hombre con muy mal genio, siempre estaba gritando a los niños que jugaban delante de su puerta. Un caballero que paseaba, se cruzo con Dolores que era la mujer del ferretero, siempre iba muy llamativa le gustaba vestir a la moda e ir siempre muy maquillada, el hombre al verla se descubrió quitándose el sombrero y luego al girarse para mirarla el trasero se golpeo contra una farola. En ese mismo instante salía el señor Tente de la tienda a por mas cajas, solo vio el tremendo golpe que se dio el hombre contra la farola, pero no se percato que había sido porque se había quedado embobado mirando a Dolores. Entonces comenzó a gritar; -malditas farolas nos van a matar a todos. Lucia no podía parar de reír al ver una escena tan cómica.
El carbonero y su hijo un muchacho de unos quince años de edad que descargaban los sacos de carbón también contemplaron la escena y el muchacho al igual que Lucia no paraba de reír. El padre echo al hombro de su hijo un saco y luego le dijo; para de reír que te vas a quedar sin fuerzas. A continuación se echo otro saco a su hombro, y juntos entraron en el portal de los marqueses. Todo el mundo llamaba marqueses a un matrimonio de avanzada edad que solían salir todos los días a pasear con unos trajes que habían heredado de un tío rico de la mujer. No tenían ni una perra gorda pero todos los días se ponían los lujosos trajes y paseaban con aires de desden creyéndose los mas importantes.
De pronto Lucia escucho un grito, giro la cabeza para ver que sucedía. Era Josefina la mujer del señor Tente, grito al ver a Malaya como cruzaba la calle justo cuando estaba pasando un camión. Malaya era un chico de la misma edad que Lucia, su nombre verdadero era Enrique pero le llamaban Malaya por lo travieso que era. Trabajaba en la pastelería del señor Conrado y la señora Soledad vendiendo churros en invierno y helados en verano. Todas las mañanas antes de salir a vender los churros el señor Conrado le contaba muy bien los churros. Pero se las solía apañar para echar alguno de más en la cesta y luego se los daba a Lucia. Le dio un beso en la mejilla y salio corriendo de nuevo. Según se alejaba se quedo mirándole hasta que le perdió de vista.Así pasaba las tardes Lucia.