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Tercera edición de Concurso de Relatos Cortos 2.0 de la Concejalía de Juventud e Infancia

Tercera edición de Concurso de Relatos Cortos 2.0 de la Concejalía de Juventud e Infancia

En mi ciudad parece que nada cambia, pero cada vez que la miro, yo soy diferente. Y hoy estoy delante de una taza de café, pensando en que la última vez que observé este mismo cielo también fue porque parecía lo único que podía despejarme la cabeza. Entonces reparo en ella.  

Parece cansada. Lleva en los ojos conflictos de todo tipo, de los que se curan, y de los que no. Las ojeras ya forman parte de su rostro, y le cuelga una sonrisa cansada de los labios. Parece que también le gusta el café. Veo de reojo sus movimientos, cómo gira la taza, cómo se mesa el pelo, como parece no querer estar aquí, ni saber dónde querer estar. Sé lo que es. 

Y aunque sea hipócrita por mi parte, me gustaría decirle a esa chica que no debe temer al cambio, ni a la pérdida. Que todos somos supervivientes, y sólo tenemos una posibilidad entre cien de ser como esos melancólicos personajes de los libros que se quedan atrapados en un momento de su vida y jamás pueden recuperarse. Que sólo tenemos una posibilidad entre cien de que sea nuestra existencia la que haga ver a otras personas que la nostalgia y la melancolía son románticas, pero también venenosas. Doy un sorbo al café. Ella también. Nos hemos quedado observando el cielo de mi ciudad, pero sé que algo nos une. Sé que tiene miedo por las decisiones que ya debería haber tomado, por las cosas que ya debería saber, por cómo su mundo está atravesado por caminos ya trazados mientras que ella aún sostiene el lapicero sin saber a dónde dirigir el suyo. 

Miedo al dolor, al vacío, a decepcionarse a sí misma. Pero es tan joven…  Le falta arrojo, confianza y decisión, esas cosas que muchas veces se tienen sin más, pero que se pierden muy fácilmente. Pero sólo mirándola algo me dice que puede, que tengo las palabras perfectas para dibujar una sonrisa en su rostro y que recupere todo lo que ha perdido.

La miro. Me mira. Sonreímos. Apartamos a un lado la taza de café, y me quedo observando al espejo. Esa parte de mí que puede rescatar al resto me mira a los ojos, anhelante. Ese reflejo que podría salvarnos a las dos de la nostalgia y la melancolía me está pidiendo a gritos que me crea todo lo que he dicho. 

La sonrisa se apaga. Le doy el último sorbo al café ya frío. Pero no importa. Tengo muchos cafés por delante, y noventa y nueve oportunidades entre cien de conseguirlo.