La madrugada se asoma por la ventana. El impávido silencio que acompaña a la noche, envuelve las paredes de mi casa, deteniéndose en un monitor que da vida a mi ordenador, y del que proceden unas silenciosas voces, que se agolpan ansiosas en sus entrañas, demandando mi somnolienta atención. (Continua Leyendo…)
Deslizo mis dedos por el grácil ratón, que me lleva de viaje por un mundo hoy fácilmente accesible, a través de un tal Google, que de todo sabe y a mí me entiende. Me adentro en la gran familia Twitter, donde la UNED me invita al V Congreso de Psicología Clínica, mi cantante favorito relata el concierto vivido hoy en Granada, un jugador del Club Atlético de Madrid me desea buenas noches o el trotamundos Arturo Pérez Reverte descubre su próximo artículo en “Patente de Corso”. Inquieto e impaciente, Facebook se asoma en un extremo de la pantalla, mostrándome la fotografía del viaje de fin de curso que realice a Cantabria, publicada por uno de mis antiguos compañeros de instituto, ahora convertido en estupendo padre de familia. Y así, inmersa en un pozo sin fondo, siento como a mí espalda, la asoladora madrugada se muestra recelosa, al ver que la soledad se extingue en compañía de internet.