Me paré inquieta un momento en el pasillo cuando de repente comenzó a oler toda la casa a arroz repegado. (Continúa leyendo…)
–Te volverá a tocar comer un sandwich frío en la oficina –me dijo a mi misma mi olfato de sabueso, antes de que el guiso acabara por completo en la basura. A pesar de apasionarme la cocina desde muy niña ¡nunca se me dio bastante bien! Coloqué la olla con agua en el fregadero mientras la alarma me avisaba que en media hora tendría que estar cogiendo el tren en Fuenlabrada Central, y aún no había acabado de vestirme.
Llevaba quince minutos con la camisa medio abrochada y las medias puestas. Me había hecho un recogido informal con un prendedor mientras andaba por la casa cerrando la ventana de mi habitación, ordenando el baño, fregando la taza del desayuno… a la vez que metía en mi bolso la tablet con las notas de la reunión del día y por supuesto, el portátil para tomar los apuntes de contabilidad, ya que era lunes y por la tarde tendría clase en la facultad.
Hacía ya un año que había decidido ampliar mis estudios ya que el sueldo de becaria no me daba para más que un piso compartido y una semana de vacaciones al año. Sabía que si luchaba por mis sueños éstos podrían hacerse realidad… o eso me habían enseñado mis padres, las personas que más me habían apoyado en todas mis decisiones.
Recuerdo que siempre he sido una persona muy activa; en el instituto creé mi propia revista digital, donde cada semana publicaba pequeños artículos que me llevaron en más de una ocasión a tener algún que otro contratiempo, sobre todo con algunos que no compartían mi “misma visión” del mundo.
La tenacidad y la responsabilidad fueron las armas con la que fui madurando y consiguiendo algunos de mis triunfos. Sabía que si estudiaba, sí trabajaba y sí me divertía no me rendiría jamás. Tendría el tótem perfecto para que el desánimo no viniera a mí. Creo que el vivir con ilusiones en la vida hace que todo sea más sencillo, y el esfuerzo te permite superar barreras que pensabas que eran infranqueables.
He aprendido que ser invidente no te hace ser especial, te enseña a luchar más por todo aquello en lo que crees. Pero para mí, más importante que todo eso es ser mujer, joven e invidente en la sociedad de la que formo parte y en la que caben muchos mundos distintos, uno de ellos, el mío.
Para tod@s aquell@s que cada día se convierte en una nueva conquista.
Que importante es tener en cuenta las realidades de todas las personas.muy bueno el relato, gracias por compartirlo y mucha suerte!
sí,la verdad que las personas que no tenemos estas discapacidades pensamos que todo es sencillo. Pero para un invidente desde el momento que pone los pies en el suelo, la vida se convierte en un auténtico desafío. Gracias por leerlo
Buenísimo!!!!!
gracias por vuestro apoyo, me conformo con que os lo leais y os guste. Besos
Me gusta ese final en que hablas de que la protagonista es invidente después de demostrar su arrojo en el resto del texto, ser joven, mujer y suficientemente preparada. Una guinda final exquisita.
Intenté ser complice con el lector, y ponerme en la piel de Sylvia. Sentir su fragilidad pero fuerza a la vez, Me encanta que te haya gustado, gracias
Realista y con una “visión diferente”. Ánimo para seguir escribiendo y que tengas muchas suerte!!
Almu 🙂
Me encanta que lo hayas leído de esta forma menos “literal”. Gracias por animarme, y por leer mi relato. Un beso
La lucha en la vida es una constante. Levantarse es lo más difícil… escribir es una muy buena forma de demostrar al mundo otras realidades, y tú lo has reflejado muy bien, con mucha “vista”.
¡Mucha suerte para el concurso y un fuerte abrazo!
Dani
[…] que obtuvo como premio una tablet, fue la joven fuenlabreña Carolina Mercado con el relato La realidad de Sylvia y los cuatro finalistas fueron, por este orden, Patricia Fernández con el relato En busca de la […]
[…] que obtuvo como premio una tablet, fue la joven fuenlabreña Carolina Mercado con el relato La realidad de Sylvia y los cuatro finalistas fueron, por este orden, Patricia Fernández con el relato En busca de la […]