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Eran las Siete y media y en su blog solo un comentario de un fiel seguidor. Ante el, la hoja del word en blanco. Cuando no hay inspiración, no la hay. Cuando sientes ese cosquilleo en los dedos mientras tecleas el fruto de tu materia gris. Ese momento mágico en el que te sientes inalcanzable, por encima de las estrellas, donde creas tu Taj Mahal, tu novena sinfonía.(Continúa leyendo…)

Si, como en una sinfonía donde eres el único maestro de música y las palabras danzan a tu alrededor mientras bailan al son de sentimientos transmitidos para gusto del lector. Aquel que sigue tu blog, aquel que se aburre o aquella chiquilla que no sospecha que tus ideas llevan su nombre y apellido porque cada vez que te mira te tiembla el alma. Letras dispuestas en filas como soldados disciplinados en una guerra dialéctica que no acaba nunca, Ideas supervivientes de la erupción de sentimientos provocada por la razón que se disponen correctamente para transmitir un mensaje que de sentido a su existencia. Entonces supo que valía la pena escribir por ese único visitante en su blog, por dejar constancia que existió alguien que un día amó, soñó y luchó detrás de la pantalla, alguien cuya existencia desapercibida a ojos extraños era alimentado por la pasión de un verso. Alguien que rió, cantó y jugó con gentes que nunca entendieron su gusto por las letras. Alguien que decidió que tenía más valor el placer de un verso que la popularidad.

A las ocho y media apagó el ordenador.